La biblioteca era una pequeña sala de lectura: dos sillas Morris, una mesa de madera, dos lámparas de pie y una estantería de caoba con unos quinientos libros.
La escalinata de piedra ascendía desde un patio palaciego hasta una retícula fantasmal de galerías y salones de lectura donde invenciones como el teléfono, la prisa o el reloj de muñeca resultaban anacronismos futuristas.