Detrás de ella, con la misma expresión agraviada, estaba un juez de instrucción conocido de Pyotr Ivanovich, un joven rico que, según se decía, era el prometido de la muchacha.
La conocí hace diez años, y durante los seis meses que fui su novio, hice cuanto me fue posible para que fuera mía. La quería mucho, y ella, inmensamente a mí.
Y como sé que esto es un hecho de gran felicidad, he accedido a la petición del pretendiente, don Diego Murquía, de comenzar este recital con una melodía dedicada especialmente para ella.
Aquí tiene el dinero de la máquina. Esta tarde a última hora irá mi novio a recogerla —dije dejando el fajo de billetes sobre el mármol. Me agarró por la muñeca.—No te vayas, Sira; no te enfades conmigo.