Cambiaron con el hijo mayor, que ya esperaba a su quinto retoño y apenas podía moverse en aquellas tres habitaciones; en cambio, para los padres les sobraba, y era tan soleado el pisito nuevo, tan alegre.
Las evidencias de su buena salud estaban a la vista, pues a pesar de su aire desvalido tenía un cuerpo armonioso, cubierto de un vello dorado, casi invisible, y con los primeros retoños de una floración feliz.