Según relataron los testigos, los atacantes iban vestidos con los uniformes de color caqui de los soldados del Gobierno y portaban fusiles de asalto Kalashnikov y G-3 y lanzagranadas.
Ladeando un poco la cabeza, Alberto podía ver sus grandes botines, sus gruesas piernas, su vientre apareciendo entre las puntas de la camisa caqui y el pantalón desabotonado, su cuello macizo, sus ojos sin luz.