Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte dejaba caer sobre el río su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y miel silvestre.
Debo decir que Ana se ha transformado en una chica muy dispuesta —admitió la señora Lynde, mientras Marilla la acompañaba al atardecer hasta el final del sendero—; debe ser una gran ayuda.