La niña lo hizo, pero su madre permaneció de pie, absorta, con la cartera apretada en las dos manos. No se percibía ningún ruido detrás del ventilador eléctrico.
La puerta de la pensión estaba abierta y antes de cruzar siquiera el umbral ercibí el olor a cirio encendido y un sonoro murmullo de voces femeninas rezando al unísono.