La mayoría de las actividades de los retornados potenciales se reduce más o menos a las visitas a sus hogares demolidos o incinerados o a sus cementerios profanados.
Toda la gente de su pueblo intenta convencerlo de que abandone su locura, llegando incluso a quemar algunos de los libros extravagantes en su biblioteca personal.
Era necesario explicárselo, pero no se lo explicaban, ocupados como estaban en dar filo a los machetes comprados por la revolución en una ferretería que se quemó.
Las quemó de todos modos, después de leerlas con un interés creciente, aunque a medida que las quemaba iba quedándole un sedimento de culpa que no conseguía disipar.