Eran peinetas muy caras, ella lo sabía, y su corazón simplemente había suspirado por ellas y las había anhelado sin la menor esperanza de poseerlas algún día.
Porque allí estaban las peinetas -el juego completo de peinetas, una al lado de otra- que Delia había estado admirando durante mucho tiempo en una vitrina de Broadway.
La pobrecilla, no pensando nada malo, dejó hacer a la vieja; mas apenas hubo ésta clavado el peine en el cabello, el veneno produjo su efecto y la niña se desplomó insensible.
También llevo aquí objetos de aseo, el peine, la pasta de dientes con el cepillo, también tengo las llaves de mi casa, el desodorante, la cartera y las llaves del coche.
Desde que vio los primeros cabellos que se quedaban enredados en la peinilla, se dio cuenta de que estaba condenado a un infierno cuyo suplicio es inimaginable para quienes no lo padecen.