Sus palabras, que tuvieron fuerza suficiente para derrumbar las paredes del odio y la intolerancia, deberían permanecer por siempre en nuestra memoria.
Mientras intentaba diluir el mal sabor de boca del encuentro, me dispuse a restablecer el orden de los objetos que la presencia de Rosalinda había alterado.
Y con mucha, muchísima más frecuencia de lo deseable, el recuerdo de Ramiro me asaltaba de forma inesperada y me clavaba con furia un rejonazo en las entrañas.
Todo estaba oscuro, mudo e inmóvil; ni un soplo de brisa, ni una estrella, montañas de nubes que no se veían, pero que pesaban muchísimo sobre mi alma.
Había descargado uno de los dos secretos que durante quince días habían pesado sobre su alma, y sabía que Jane la escucharía siempre de buen grado cuando quisiese hablar de ello.
Darcy apenas escuchó esta última parte de su discurso, pero la alusión a su amigo pareció impresionarle mucho, y con una grave expresión dirigió la mirada hacia Bingley y Jane que bailaban juntos.