Como el abrigo que llevaba era blanco, no conseguía distinguir más que su bufanda roja, que se agitaba violentamente como si fuera una llama que luchaba contra la tempestad.
Poneos ya el abrigo más grueso que tengáis, unas buenas botas y una bufanda calentita, porque nos vamos de viaje al círculo polar ártico a ver uno de los fenómenos naturales más hermosos: las auroras boreales.
Finalmente, recordé que entre la ropa de los marineros que había rescatado del naufragio, había algunas bufandas de muselina y, con algunos pedazos hice tres tamices pequeños pero adecuados para la tarea.